El sacramento del matrimonio es una de la instituciones de Dios y en la cual más bendiciones él derramó, para enaltecer la virtud de su gran amor con sus hijos. En este post vamos a describir este sacramento según lo estipulado en el Catecismo de la Iglesia Católica, en el que se muestran esos atributos divinos que son legado del Creador.
Indice De Contenido
- 1 ¿Qué es el sacramento del matrimonio?
- 2 Diseño del plan de Dios
- 3 La celebración
- 4 El consentimiento matrimonial
- 5 Matrimonios mixtos y disparidad de culto
- 6 Efectos
- 7 Bienes y exigencias del amor conyugal
- 8 La iglesia doméstica
- 9 Propósitos del matrimonio
- 10 Maternidad y paternidad responsable
- 11 Los signos del matrimonio
- 12 Frutos del matrimonio
- 13 Matrimonio civil
¿Qué es el sacramento del matrimonio?
El sacramento del matrimonio fue instituido por Dios, como una de las tantas maneras de mostrarle su amor a la humanidad. Consiste en la alianza que por amor se establece entre un hombre y una mujer para:
- Convivir.
- Darse apoyo mutuo.
- Procrear a hijos, fruto de ese amor.
- Educarlos para el bien de la humanidad, pero sobre todo para la Gloria del Señor.
El sacramento matrimonial, es entonces, la unión de índole eterna y bendecida por Dios y Iglesia, y en ella está representado todo el amor verdadero, tanto humano como divino, así como la fidelidad de Jesucristo con la humanidad.
La unión conyugal se origina en Dios mismo, pues fue él, quien, al crear al hombre, lo definió como un ser de amor, abierto al prójimo, con necesidades de comunicarse y de tener una compañía. Así nos lo reveló en Génesis 2,18:
“No está bien que el hombre esté solo, hagámosle una compañera semejante a él.”
Igualmente Mateo en el Capítulo 19, versículos 4 y 5, habla del sacramento del matrimonio, señalando que Dios había creado al varón y a la mujer para que se unieran, y al hacerlo dejarían a su padre y a su madre para formar una sola carne por amor.
A partir de allí se inició ese vínculo matrimonial indisoluble, que es lo que define el estar casado, formando lo que se ha llamado un contrato con todos los elementos que ello implica; a saber:
- Los socios: los contrayentes, hombre y mujer.
- El objeto social: donación recíproca de los cuerpos para llevar una vida marital.
- El consentimiento que ambos contrayentes expresan.
- Productos: la ayuda mutua y bienestar de la familia, la procreación y educación de los hijos.
Todo ello se concreta en la doctrina de la iglesia, en la que se contempla que, dentro del sacramento del matrimonio, se incluyan aspectos tendientes a la santificación, en virtud de la unción que brinda la Iglesia, la cual santifica y prepara a los contrayentes para encontrar a Dios.
Cuando dos personas creyentes cristianas, se comprometen con este sacramento, están:
- Aceptando una larga vida de fidelidad.
- Reciben el don de fortaleza y gracia para caminar exitosamente juntos, ante la buenaventura y la adversidad.
- Se le unge de la capacidad para pedir perdón y perdonar.
En cuanto a ese compromiso de casarse, el estamento de la Iglesia ha establecido que este sacramento solo lo puede destruir la muerte de uno de los cónyuges.
En otras palabras, no hay ninguna ley de los hombres que pueda disolverlo. Por ello, en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) se encuentran los preceptos por los cuales se rige el indisoluble sacramento del matrimonio, los cuales veremos a continuación.
Al respecto es propicio acotar que en lo que dice la biblia sobre el matrimonio se ofrecen enseñanzas importantes sobre este tema.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) presenta todos los elementos que regulan la vida cristiana y específicamente todos los relacionados con el matrimonio, para poder efectuar e implementar debidamente la institución de este sagrado sacramento.
Se compila en esta sección un resumen de los aspectos más resaltantes presentes en el CIC desde el apartado 1601 al 1666. Como sabemos, el sacramento del matrimonio es un legado divino para los hombres, para que lo llevaran a cabo según los designios de Dios. Veamos:
- La unión matrimonial fue exaltada como sacramento entre bautizados, por el mismo Cristo Nuestro Señor, destacando la alianza que se podía establecer por amor entre el varón y la mujer, para su bienestar mutuo y para la generación y educación de los hijos que procreen.
Diseño del plan de Dios
Este plan que Dios ha diseñado para el matrimonio los siguientes aspectos:
- Contempla desde el mismo inicio de la Biblia, el que el hombre y la mujer fueron creados como criaturas de Dios a su imagen y semejanza (ver Gn 1,26- 27), y creados a través de la unión o vínculo matrimonial que se podría establecer entre ellos.
- Habla de su misterio, de su origen, de cómo instituirlo y de su finalidad.
- Asimismo, hace referencia a sus distintas formas a lo largo de la historia, de los problemas originados por el pecado y de cómo obtener el perdón y reconciliarse con el Señor.
- Siempre se lleva a cabo con miras a alcanzar la Nueva Alianza de Cristo y la Iglesia.
Matrimonio luego de la creación
El Creador previó para esta unión entre el varón y la hembra que se constituyera como una comunidad de vida y amor conyugal, por ello:
- La consagró como institución, en la que el humano no tiene poder.
- La esencia del sacramento del matrimonio, tal como lo concibió Dios, debe prevalecer, a pesar de las distintas formas que se han generado de este sacramento a lo largo de la historia humana, derivadas de las particularidades culturales y espirituales surgidas en las distintas épocas.
- No obstante, a pesar de las variaciones y concepciones surgidas en cada civilización, en todas las culturas se ha mantenido la grandeza del vínculo matrimonial, pues se ha encontrado que la salvación de la persona y también de la sociedad dependen de la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar (ver GS 47,1).
- Como Dios creó al hombre por amor, él tiende a actuar también por amor de manera innata, en virtud, como se ha dicho, de que fue creado a su imagen y semejanza (ver Gn 1,2), y de que es producto del Amor de Dios (ver 1 Jn 4,8.16).
- Habiendo sido creados por el amor de Dios, el hombre y la mujer deben también deben exhibir amor mutuo entre ellos, lo cual es imagen del amor absoluto e indefectible con el que Dios ama al hombre (ver Gn 1,31).
- Se trata de un amor bueno entre el hombre y la mujer, a los ojos del Creador, del cual él espera que sea fecundo y se materialice en la obra común de la creación.
- Por eso dijo en Génesis 1,28: «Y los bendijo Dios y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla”.
- En la Biblia se destaca que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro, porque así lo quiso el Creador, a quien le parecía que no era bueno que el hombre estuviera solo. De manera que, en el plan del Creador, ya no se trata de dos, sino una sola carne (Mt 19,6).
- Por eso creó Dios a la mujer como una criatura semejante al hombre, que le es dada en auxilio (ver Sal 121,2) y, de allí, estableció que por esa unión entre varón y hembra, cada uno dejará a su padre y a su madre haciéndose una sola carne (ver Gn 2,18-25).
Matrimonio y pecado
Se exhorta dentro del CIC a estar atentos a las asechanzas del mal tanto interna como externamente. Esas asechanzas se presentan también en las relaciones hombre y mujer, lo cual es una amenaza constante, bien sea por la discordia, el deseo de tener control, por la infidelidad, celos o conflictos que pueden generar odio y ruptura.
Estos ataques malignos, que suelen ocurrir como algo universal, se pueden superar según las culturas, épocas e individuos. El CIC señala que dichos conflictos surgen por el pecado y que no son producto de la naturaleza del hombre y de la mujer, ni de sus relaciones.
Ello condujo a que la condición dada al hombre y la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y poblar la tierra (ver Gn 1,28), se deteriorara quedando sometidos a dolores como el del parto y a tener que trabajar para tener sustento (ver Gn 3,16-19).
Pero, aún así, la magnanimidad de Dios permite que, para mantener el orden de la Creación, aunque alterado, el hombre y la mujer pueden acudir a la gracia del Padre Creador, para sanar las heridas del pecado y lograr su misericordia infinita (ver Gn 3,21).
Deben el hombre y la mujer acceder a esta ayuda para poder realizar la unión de sus vidas según el orden con el cual Dios los creó en un principio. Y esto lo hacen a través del sacramento del matrimonio.
El matrimonio y la antigua Ley
Gracias a la misericordia del Señor, el hombre pecador pudo seguir adelante y buscar redimir sus faltas. Los dolores ocasionados por el pecado, como los dolores del parto (Gn 3,16), y el trabajar «con el sudor de tu frente» (Gn 3,19), pueden considerarse como un forma de evitar volver a caer en pecado. Para evitar volver a pecar, el matrimonio puede contribuir y ayudar a vencer el egoísmo y buscar abrirse al otro para lograr la ayuda mutua.
Haciendo una similitud de la Alianza de Dios con Israel (ver Os 1-3; Is 54.62; Jr 2-3. 31; Ez 16,62;23), se busca que así sea el amor conyugal, exclusivo y fiel (ver Mal 2,13-17). De esta manera, los profetas prepararon la conciencia del Pueblo elegido, para una mejor comprensión de la indisolubilidad del matrimonio.
Al respecto, los libros de Rut y de Tobías nos ofrecen testimonios de lo que debe ser el sacramento del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. El Cantar de los Cantares se trata de la única muestra específica del amor humano, pues es el reflejo del amor de Dios, y por su fuerza las aguas no lo pueden anegar (Ct 8,6-7).
Matrimonio según Dios
Esa unión establecida entre Dios y su pueblo, Israel, dio pie a la alianza nueva y eterna, por intermedio del Hijo de Dios, quien se encarnó y dio su vida por la humanidad para salvarla (ver. GS 22). Esto generó lo que se ha conocido como «las bodas del cordero» (Ap 19,7.9).
Ahora bien, en las Bodas de Caná y por petición de su Madre, Jesús efectuó su primer signo salvador con ocasión de dicho banquete (ver Jn 2,1-11). Se consideró un evento importante, pues se confirmó allí la bondad del matrimonio, en el que siempre estaría la presencia de Cristo.
El CIC destaca que siempre Jesús enseñó el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como se lo transmitió el Creador. El acto de Moisés de repudiar a su mujer constituyó una lección (cf Mt 19,8) y reafirmó que la unión a través del sacramento del matrimonio es indisoluble. Dios la estableció y según sus palabras relatadas por Mateo 19,6: «siempre estará unida y lo que Dios ha unido, el hombre no lo puede separar».
En este sentido, los cónyuges deben seguir a Cristo, renunciar a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces (ver Mt 8,34) para que puedan «comprender» (ver Mt 19,11) el sentido original del matrimonio. En la oración a San Judas Tadeo para el matrimonio se pueden encontrar versos inspiradores sobre este sacramento.
Se dice en el CIC que el sacramento del matrimonio es uno de los frutos de la Cruz de Cristo. Por tal motivo es que el apóstol Pablo señala que, los esposos deben amar a sus esposas tal como Cristo amó a la Iglesia, dando todo por ella y así santificarla (Ef 5,25-26). De allí se deriva lo referente a que el hombre abandone a sus padres para unirse a su mujer y formar una sola carne. Al respecto añadió que esto constituía un gran misterio, en lo referente a Cristo y la Iglesia (Ef 5,31-32).
Ese amor esponsal entre ambos lo encontramos en toda la vida cristiana, desde el mismo Bautismo, que también se considera, tal como lo señala la Biblia, un misterio nupcial. Se dice que es el baño de bodas antes del banquete nupcial, es decir la eucaristía. Se constituye así el matrimonio cristiano como signo de la unión de Cristo y la Iglesia.
Es, pues, el matrimonio entre bautizados un auténtico sacramento de la Nueva Alianza (ver DS 1800; CIC, can. 1055,2), y es signo y transmisión de gracia divina.
Virginidad según el Reino de Dios
La relación más importante en toda la vida cristiana es el vínculo con Dios, el cual se encuentra en el primer lugar entre el resto de los vínculos, ya sean familiares o sociales (ver Lc 14,26; Mc 10,28-31).
Tal como sabemos y así lo refiere el CIC, ha habido mujeres y hombres, quienes han preferido dedicar su vida a las cosas del Señor (ver Ap 14,4) para agradarlo (ver 1 Co 7,32).
Han renunciado, así, al acto de casarse, para seguir al Cordero e ir al encuentro del Esposo que viene (ver Mt 25,6). Ellos han recibido la invitación del Señor a seguirle en este modo de vida del que Él es el modelo.
La virginidad se obtiene de la gracia bautismal, en la que se establece el vínculo con Cristo, que además se refiere a la naturaleza cambiante de este signo en el mundo, al igual que el matrimonio (ver 1 Co 7,31; Mc 12,25). Tanto el sacramento del matrimonio, como la virginidad por el Reino de Dios, son creados por el Señor mismo, dándoles sentido y gracia para vivírlos según su voluntad (ver Mt 19,3-12).
Estos dos aspectos son inseparables, tanto la virginidad por el Reino (ver LG 42; PC 12; OT 10) como el sentido cristiano del sacramento del matrimonio, sin embargo, si se desprecia el matrimonio, se le resta valor a la gloria de la virginidad. Se debe, por lo tanto, elogiar al matrimonio, para así realizar la virginidad (S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; ver FC, 16).
La celebración
Por lo general, el sacramento del matrimonio entre dos creyentes católicos se efectúa dentro de la Santa Misa, pues como todos los demás sacramentos, se relaciona con el Misterio Pascual de Cristo (ver SC 61). Durante la celebración se hace el memorial de la Nueva Alianza, que unió a Cristo para siempre con la Iglesia. Ésta es su esposa amada por la que se entregó (ver LG 6).
Asimismo, se especifica en el CIC que es conveniente que los futuros esposos reciban el sacramento de la penitencia, al celebrar su matrimonio. En la tradición latina, los esposos exponen su consentimiento ante la Iglesia de entregarse el uno al otro. En las Iglesias orientales, los obispos y sacerdotes son testigos de ese acto de los esposos (ver CCEO, can. 817), pero también se requiere de su bendición para que tenga validez el sacramento (ver CCEO, can. 828).
Del CIC se desprende que las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis solicitando a Dios su gracia y la bendición sobre la nueva unión, especialmente sobre la esposa. En la epíclesis de este sacramento los esposos obtienen el Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32). El Espíritu Santo es el sello de la unión de la pareja, la fuente de su amor, la fuerza con que se acentuará su fidelidad.
El consentimiento matrimonial
En este sacramento los contrayentes de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer que:
- «Deben estar bautizados».
- «Ser libres para contraer el matrimonio».
- «Que expresen libremente su consentimiento; es decir no actuar por coacción, ni estar inhabilitado por alguna ley eclesiástica o natural».
Según lo estipulado por la Iglesia, ambos contrayentes deben intercambiar sus consentimientos como parte fundamental de lo que es el sacramento del matrimonio» (CIC, can. 1057,1). No hay matrimonio, si falta el consentimiento.
En cuanto a éste sacramento, el CIC lo define como «un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente» (GS 48,1; ver CIC, can. 1057,2). Así cada uno de los esposos debe decir:
«Yo te recibo como esposa» y «Yo te recibo como esposo» (OcM 45).
De esta manera, se unen los esposos y se expresa su plenitud a través del hecho de que los dos «vienen a ser una sola carne» (ver Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
Por otra parte, señala el CIC que el consentimiento debe ser un acto de la voluntad de ambos en libertad. No debe haber violencia ni miedo externo (ver CIC, can. 1103). Agrega que no hay poder humano que sustituya este consentimiento (CIC, can. 1057, 1). El matrimonio no es válido, si falta esta libertad.
Si se presenta esta situación (o cualquiera que pudieran hacer nulo e inválido el matrimonio; ver CIC, can. 1095-1107), la Iglesia podría declarar, una vez examinada la situación por el tribunal eclesiástico, «la nulidad del matrimonio». Esto significa que el matrimonio nunca existió. En este caso, los contrayentes quedarían en libertar para casarse.
Como parte de la celebración, el sacerdote (o el diácono) que oficia el sacramento recibe el consentimiento de los contrayentes en nombre de la Iglesia y les da la bendición de la misma. Esta presencia del ministro de la Iglesia, así como la de los testigos, evidencia en forma visible que el matrimonio es una realidad eclesial.
Es por este motivo que la Iglesia exige a sus fieles la forma eclesiástica de la celebración del matrimonio (ver Cc. de Trento: DS 1813-1816; CIC, can. 1108), fundamentada en que:
- El matrimonio sacramental es un acto litúrgico y de allí su conveniencia de que sea efectuado en la misa pública de la Iglesia.
- Este sacramento genera un ordo eclesial, que, además, crea derechos y deberes entre los esposos y para los hijos dentro de la Iglesia.
- Siendo el matrimonio ente de vida en la Iglesia, se precisa certeza sobre el mismo. Se destaca aquí lo importante de tener testigos.
Como parte de esta preparación, cuenta la enseñanza y los principios familiares. Asimismo, cumplen un rol preponderante los pastores y la comunidad cristiana, ya que son como la «familia de Dios» que transmite valores humanos y cristianos del matrimonio, y de la familia (ver CIC, can. 1063). Se recomienda leer la comunión espiritual en donde se ofrecen conceptos interesantes al respecto.
Esto es de mucha relevancia en la actualidad, pues muchos jóvenes viven en hogares rotos y distorsionados. Resulta prioritario que los jóvenes sean instruidos de manera adecuada y oportuna, en todo lo referente a dignidad, amor conyugal y valores de la vida en familia. Ello conduce a que estén debidamente educados en el cultivo de la castidad y poder tener un noviazgo honesto vivido para el matrimonio (GS 49,3).
Matrimonios mixtos y disparidad de culto
En estos casos sobre profesión de fe diferente entre contrayentes, la Iglesia católica considera que ello no es un obstáculo insuperable para el matrimonio, si hay acuerdo entre ellos de lo que se ha recibido en su comunidad y como vivir cada uno su fidelidad a Cristo.
Sin embargo, en el CIC se sugiere no desestimar los inconvenientes que pueden surgir de los matrimonios mixtos. Señala que podría haber el riesgo de vivir en un hogar de desunión entre cristianos.
Con respecto a la disparidad de culto, la situación se considera un asunto más grave, ya que puede dar lugar a tensiones dentro del matrimonio, sobre todo en lo que concierne a la educación de los hijos por venir. Se acota también en el CIC que se corre el riesgo de que surja la indiferencia religiosa.
De acuerdo con lo que expresa el catecismo, se requiere de una permisología de la autoridad eclesiástica, según el derecho vigente en la Iglesia latina, para efectuar un matrimonio mixto (ver CIC, can. 1124). Pero si se trata de disparidad de culto se requiere una dispensa o permiso del impedimento, para dar validez al matrimonio (ver CIC, can. 1086). Este permiso o esta dispensa establece que las partes sepan y no excluyan los fines y las propiedades esenciales del matrimonio.
Por otra parte, señala el CIC, que la parte católica debe confirmar sus compromisos, haciéndolos conocer a la parte no católica, de conservar su fe y asegurar el bautismo y la educación de los hijos dentro de la Iglesia Católica (ver CIC, can. 1125).
Se ha alcanzado cierta concertación en muchas regiones, según el CIC, producto del diálogo ecuménico, efectuando en ciertas comunidades autorizaciones para matrimonios mixtos. Todo ello con el objetivo de contribuir con estas parejas, para que tengan cierta armonía en su situación particular a la luz de la fe. Contribuir a ayudarles a superar las tensiones entre los cónyuges y con sus comunidades eclesiales.
Por otra parte, destaca que en estos matrimonios se debe alentar lo que es común en la fe y respetar lo que los separa.
Al referirse a los matrimonios con disparidad de culto, el CIC acota: «Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente» (1 Co 7,14). Ello puede resultar en cierto gozo para el cónyuge cristiano y para la Iglesia misma, ya que de esa «santificación» puede conducir a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana (ver 1 Co 7,16).
En tal sentido, se pide en el CIC que hay que promover el amor de pareja sincero, con humildad y paciencia ante las virtudes familiares y la oración perseverante, para preparar al esposo no creyente a recibir la gracia de la conversión.
Efectos
En el Catecismo se destaca que todo matrimonio válido genera un lazo perpetuo entre los cónyuges, de lo cual su relación resulta fortalecida y consagrada con sus deberes y su dignidad sacramental (CIC, can. 1134).
Vínculo matrimonial
El hecho de expresar cada uno de los esposos su consentimiento matrimonial constituye un acto sellado por el mismo Dios (ver Mc 10,9). De esta alianza se materializa una institución estable gracias a la ordenación divina ante la sociedad (GS 48,1). Se tiene, entonces, que el vínculo matrimonial se establece por intervención de Dios mismo, el cual es celebrado y consumado entre bautizados y no podrá ser disuelto nunca.
Gracia sacramental
Señala el CIC que al sacramento del matrimonio le ha sido dado un carisma propio, para accionar y materializarse (LG 11). Es una gracia que busca perfeccionar el amor de los cónyuges, para fortalecer su unión que debe ser indisoluble. De esta manera los esposos se deben apoyar entre sí para santificar su vida matrimonial y cumplir con la educación de sus hijos (LG 11; ver LG 41).
Esta gracia ha sido dada a este sacramento del matrimonio por Cristo, tal como él salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor, ahora lo hace por una unión de amor y fidelidad con el hombre, y él como esposo de la Iglesia (GS 48,2). Además, esta gracia y Cristo mismo permanecen con los esposos para darles fortaleza ante las vicisitudes, ayudarlos a levantarse de cada caída, perdonarse mutuamente y a compartir las cargas (ver Ga 6,2)
Señala el CIC lo expresado por Tertuliano en ux 2,9 y en FC 13, quien indicó que el matrimonio cristiano muestra a dos seres unidos por la misma esperanza y deseo, con disciplina y el mismo servicio. Estos, dos hijos de un mismo Padre, siervos de un mismo Señor, no los separa nadie ni en espíritu ni en carne. Son realmente una sola carne y por lo tanto es uno el espíritu.
Bienes y exigencias del amor conyugal
Dentro de los bienes, deberes y derechos que contempla el amor conyugal, según lo expresa el CIC, se contemplan todos los elementos de la persona, tales como:
- «Reclamo del cuerpo y del instinto».
- «Fuerza del sentimiento y de la afectividad».
- «Aspiración del espíritu y de la voluntad».
- «Unión personal profunda, que se percibe que va más allá de la unión en una sola carne».
- «A no tener más que un corazón y un alma».
- «Indisolubilidad y fidelidad».
- «Abierto a la fecundidad».
Se puede decir que involucra todas las características comunes de todo amor de esposos, pero ahora con un significado nuevo, que purifica y consolida.
Además, estas características del sacramento del matrimonio se elevan, transformándose en expresión de valores propiamente cristianos. Tal cual nos lo muestra FC 13.
Este amor sacramental exige a los esposos unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca toda la vida de los cónyuges, por lo que, como dice Mateo 19,6 y Gn 2,24: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne«.
Según lo expresa GS 49,2, mencionado en el CIC, la unión matrimonial es confirmada por igual dignidad, tanto para la mujer como para el varón. Se desprende de allí que la poligamia es contraria a esta dignidad. Ésta debe ser honrada del uno para con el otro, ya que el amor conyugal es único y exclusivo.
Fidelidad del amor conyugal
Se contempla en este documento, que los esposos preserven el amor conyugal con base en una fidelidad inviolable. Se logra esta condición por el consentimiento mutuo, del cual surge un amor auténtico y que por tanto es algo definitivo. Así lo encontramos en GS 48,1 que habla de la fidelidad y su indisolubilidad por la unión íntima y por el bien de los hijos.
La fidelidad del amor de marido y mujer se soporta en la fidelidad de Dios por la alianza Cristo-Iglesia. Gracias al sacramento del matrimonio los cónyuges pueden dar testimonio de esta fidelidad. En virtud de este sacramento, la no anulación del matrimonio toma un nuevo matiz, más profundo.
Resulta difícil, a veces imposible, atar a una persona para toda la vida. Por ello es importante que se tenga en la buena nueva de que Dios nos ama con amor definitivo e irrevocable y que los esposos son parte de este amor. También que por su fidelidad son testigos del amor fiel de Dios. Merecen por eso, los esposos, apoyo de la comunidad eclesial, por ser testimonio. (ver FC 20). No se descartan, según lo prevé el CIC, que ocurran situaciones complicadas en la convivencia matrimonial.
En tales situaciones, la Iglesia permite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. No obstante, los esposos no dejan de ser marido y mujer delante de Dios y tampoco son libres para contraer una nueva unión. Se prevé también buscar alcanzar una reconciliación, para lo cual se pide la ayuda de la comunidad cristiana, a fin de mantener la fidelidad al vínculo matrimonial, que sigue siendo indisoluble (ver FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
Aun cuando muchos matrimonios recurren al divorcio según las leyes del hombre y contraen también civilmente una nueva unión, la Iglesia sigue por fidelidad la palabra de Jesucristo. Así lo dice el evangelista Marcos en 10.11-12: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Por lo cual no se reconoce como válida la nueva unión, siendo válido el primer matrimonio. Si los divorciados contraen nupcias ante la ley civil, contradicen la ley de Dios. No pueden, entonces, acceder a la comunión eucarística mientras exista esa situación, y no pueden hacer ciertas responsabilidades eclesiales.
Para los cristianos que viven en esta situación, pero conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, el CIC señala que sacerdotes y toda la comunidad deben atenderlos para que no se sientan separados de la Iglesia, y aún ellos pueden y deben participar en el bautizo.
Por eso en el texto de FC 84 se les pide escuchar la Palabra de Dios, asistir al sacrificio de la misa, orar sin cesar, ayudar aún más en obras de caridad, educar a sus hijos en la fe cristiana, cultivar el espíritu y promover las obras de penitencia para lograr día a día, la gracia de Dios.
Apertura a la fecundidad
GS 48,1 resalta la naturaleza misma de la institución del matrimonio y del amor conyugal de estar destinados a la procreación y educación de los hijos, quienes se consideran: El mejor fruto del matrimonio, contribuyendo al bien de sus padres. Así lo dejó establecido Dios cuando dijo en GN 1,28: «Creced y multiplicaos«.
Es de resaltar en el CIC, que la disposición de los esposos de cooperar con el amor del Creador, incrementa su propia familia basado en el verdadero amor conyugal. Así lo leemos en GS 50,1. La tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida (ver FC 28).
Ese servicio abarca a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que deben transmitir los padres a sus hijos a través de la educación. En los casos de matrimonios a los que Dios no ha concedido hijos, tienen la misión de una vida conyugal cristiana que puede brindar fecundidad en caridad, ayuda y sacrificio.
La iglesia doméstica
La Iglesia es la familia de Dios y desde un principio estuvo constituida por los que habían llegado a ser creyentes “con toda su casa” (ver Hch 18,8), quienes al convertirse esperaban que se salvara “toda su casa” (ver Hch 16,31 y 11,14).
En la actualidad adquieren una gran supremacía las familias creyentes, pues se constituyen en luces de fe para los confundidos. Así, el Concilio Vaticano II ha denominado a la familia “Iglesia domestica” (LG 11; cf. FC 21), en la que los padres son los transmisores de fe a sus hijos mediante la palabra y el ejemplo. Deben, entonces, promover la vocación personal de cada uno, así como la vocación a la vida consagrada (LG 11).
Se exalta aquí en el CIC el llamado sacerdocio bautismal, ejercido por el padre de familia, la madre, los hijos y todos los miembros. Este sacerdocio contempla la recepción de los sacramentos, la oración y la acción de gracias, como testimonios de vida santa, mediante la renuncia y el amor presentado en obras, según se expone en LG 10.
Ya lo señalaba GS 52,1 que el hogar es la primera escuela de vida cristiana, en la que se aprende paciencia y gozo del trabajo, amor fraterno, perdón generoso y sobre todo el culto divino mediante la oración y la ofrenda de su vida.
Se piden porque todas ellas tengan abiertas las puertas de los hogares, «iglesias domésticas» y las de la gran familia que es la Iglesia. Así lo pide Mateo 11,28: «Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están `fatigados y agobiados’ » (FC 85).
Se recapitula lo que destacó San Pablo en Ef 5,25-32 al señalar que los esposos deben amar a sus esposas tal como Cristo amó la Iglesia, lo cual constituyó un gran misterio.
Se reitera que la unión del matrimonio entre un hombre y una mujer se constituye por las leyes del Creador. Se lleva a cabo para el bien de los cónyuges, la generación y educación de los hijos. Esta unión matrimonial entre bautizados ha sido exaltada a la dignidad de sacramento por Cristo (ver. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
El sacramento del matrimonio se refiere a la unión de Cristo con la Iglesia y de allí se da la gracia a los esposos para que se amen con el amor con que Cristo amó a su Iglesia. Mediante esta gracia, se logra perfeccionar el amor humano de los esposos, reafirmar la indisolubilidad y santificar a los cónyuges en el camino de la vida eterna. Así lo dice Concilio de Trento: DS 1799.
Aspectos indispensables del matrimonio son la unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad. No se concibe que haya poligamia, pues es incompatible con la unidad del matrimonio. Por otra parte, se señala que el divorcio separa lo que Dios ha unido y, además, si hay un rechazo de la fecundidad, esto le quita a la vida conyugal el «don más excelente», el hijo. De acuerdo con lo señalado en GS 50,1.
En el CIC se especifica que contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados, estando aún vivos sus cónyuges legítimos, va en contra del plan y la ley de Dios. Los que viven dentro de esta condición no están separados de la Iglesia, pero están restringidos de la comunión eucarística. Su vida cristiana se concentra en la educación de sus hijos en la fe.
En el catecismo se considera al hogar cristiano como la Iglesia doméstica en la que los hijos reciben el primer anuncio de la fe.
Propósitos del matrimonio
Con respectos a los propósitos o fines del matrimonio en el CIC N° 1055; Familiaris Consortio N° 18; 28 se destacan:
- El amor conyugal.
- La ayuda mutua.
- La procreación de los hijos.
- La educación de estos hijos.
En esa relación ambos expresan su necesidad de amar y de entregarse, lo que los lleva a unirse en matrimonio para formar una comunidad pródiga en amor. También establecen entre ellos el compromiso de ayudarse en su crecimiento y a alcanzar la salvación.
En esa comunidad cada uno aporta lo que cada uno tiene y se apoyan entre sí. Ello implica que no hay cabida a que uno de los cónyuges quiera imponer su criterio o su manera de ser al otro, procurar que no se presenten conflictos por no tener los mismos objetivos, al contrario, cada uno debe aceptar al otro tal como es y cumplir con las responsabilidades propias de cada quien.
Ya lo señalaba Gaudium et Spes, N° 50, que el amor que hace que un hombre y una mujer deseen casarse es un reflejo del amor de Dios y éste debe de ser fecundo.
Al referirnos al sacramento del matrimonio como institución natural, hay que señalar que:
- Tanto el hombre como la mujer son seres sexuados y por esa naturaleza muestran una atracción de querer unirse en cuerpo y alma.
- Se establece entre ellos el llamado “acto conyugal”, lo que posibilita la continuación de la especie humana.
- El hombre y la mujer están destinados a procrear nuevos individuos, que crecerán dentro de un entorno familiar originado en el sacramento del matrimonio.
- Este hecho debe estar presente conscientemente en la mente de los contrayentes y que así lo deben aceptar desde el momento que decidieron casarse.
- Al tomar la decisión de estar juntos, se establecen roles a cada uno, sin ser obligados a ello, y adquieren el compromiso de cumplir con él.
- Lo mismo sucede con el sacramento del matrimonio, cuando libremente eligen casarse, se están comprometiendo a cumplir con todas las obligaciones que este conlleva.
- No se trata solo de tener hijos. Se trata también de las obligaciones para educarlos con responsabilidad.
Maternidad y paternidad responsable
Como ya hemos visto, uno de los fines primordiales del sacramento del matrimonio es la procreación y al respecto, a los esposos les corresponde la decisión de cuantos hijos van a procrear.
Sin embargo, dentro de la fe católica se hace la salvedad que se deben observar que la paternidad y la maternidad son dones conferidos por Dios, para colaborar con su obra creadora y redentora.
De allí de que se aconseja que, antes de tomar la decisión sobre los hijos a tener, es importante acudir en oración al Señor pidiendo con humildad y honestidad su orientación en cuanto a esta decisión.
Los signos del matrimonio
El sacramento del matrimonio al igual que los demás sacramentos tienen sus signos visibles, que son formales unos, de la ceremonia otros. Los signos formales derivados del legado del Señor, que lo hacen un verdadero sacramento. son:
- El contrato.
- La gracia santificante y sacramental.
- Fue instituido por Cristo.
Siendo el matrimonio un sacramento, es la Iglesia la encargada de juzgar sobre dicho acto y, al respecto, no se debe inmiscuir a la autoridad civil, ya que ella sólo puede actuar en los aspectos meramente civiles del matrimonio (ver N° 1059 y 1672).
Los signos formales contemplan una materia remota, otra próxima y una de forma estos signos son:
- Materia remota: Son los mismos contrayentes.
- Materia próxima: Es la donación recíproca de los esposos, es decir donan como persona todo su ser.
- Forma: Es el «Sí» que se dan los contrayentes y que significa la aceptación recíproca de ese don personal y total. Este consentimiento mutuo marca la indisolubilidad del sacramento.
Los otros signos del sacramento del matrimonio son los que se incluyen en la ceremonia preparada por las personas. Son llamados símbolos litúrgicos, los cuales son:
- Templo: Es la Casa de Dios.
- Sacerdote: Es un ministro ordinario que representa oficialmente a Cristo y a la Iglesia.
- Vestimenta nupcial: Traje propio del esposo y de la esposa.
- Lazo nupcial: Simboliza la unión íntima de los dos esposos.
- Vestido blanco: Es señal de la virginidad física y espiritual de la mujer con la promesa de fidelidad.
- Ramo: Significa la fecundidad y la felicidad en el amor.
- Anillos: Simbolizan la alianza amorosa que se establece entre los dos esposos.
- Arras:. Tienen que ver con la comunión integral de vida y el compromiso de administración justa del nuevo hogar.
- Velo: Representa el pudor matrimonial.
- Rosario: Simboliza el vínculo con la Sagrada Familia y la unión con sus ministerios.
- Biblia: Sobre ella se santifica el vínculo con la Palabra de Dios.
- Altar: Se refiere al sacrificio, servicialidad y abnegación propios del matrimonio.
- Testigos. Encargados de corroborar y velar por la autenticidad del hecho del consentimiento matrimonial.
- Padres: Entrega a sus hijos para la formación del nuevo hogar.
- Unión de las manos: Es otra forma de manifestar el consentimiento mutuo.
- Padrinos: Contribuyen a que la buena marcha de la nueva unión.
- Asamblea santa de invitados: Se refiere a la comunidad eclesiática presencial del evento público.
- Bendición nupcial: Con ella los nuevos esposos reciben el beneplácito divino.
- Brindis: Acto familiar de regocijo por la unión de las familias.
Frutos del matrimonio
En primer lugar, este sacramento origina un vínculo que es para toda la vida. Es así porque al dar su consentimiento en libertad, sin ningún tipo de coacción, los esposos se están dando y recibiendo mutuamente. Esto queda sellado por Dios, como nos lo asevera el evangelista Marcos en 10, 9.
Por tal motivo, siendo Dios quien establece este vínculo, en el que el matrimonio queda celebrado y consumado, el mismo no puede ser disuelto jamás y esto es porque la Iglesia no puede ir en contra de la sabiduría divina, como se lee en el CIC N° 1114; 1640.
En segundo lugar, nos encontramos como efecto del sacramento del matrimonio el que se recibe la gracia sacramental propia, en virtud de la cual los cónyuges pueden perfeccionar su amor y fortalecer esa unidad indisoluble que han decidido formar.
Esta gracia, que viene de la fuente de Cristo, permite que los propósitos que se tienen del matrimonio se puedan cumplir con mayor facilidad. Aparte de que brinda la capacidad para ese amor tenga un matiz sobrenatural y fecundo.
Muy probablemente con el transcurrir de los años de casados, se haga un tanto rutinaria, tediosa y muchas veces difícil la vida en común. Esos son los momentos propicios para recurrir a esta gracia de forma tal de poder recobrar fuerzas y salir de esa situación incomoda y desagradable, según nos lo muestra el CIC en N° 1641.
Matrimonio civil
Este es el que se celebra en alguna dependencia estatal y se efectúa ante la autoridad civil, para el cual solo se requiere haber presentado la solicitud formal previamente y contar con la presencia de dos testigos, que certifiquen el acto.
Se requiere en ocasiones cumplir con este requisito de contraerlo, dependiendo de las leyes de cada país, porque es útil para trámites y efectos legales.
La Iglesia exhorta a todos los católicos casados que lo han hecho solo por lo civil, que deben casarse por la Iglesia.